Al conocer la noticia de la muerte de Meira, Ángel Loochkartt evocó su amistad con ella en este escrito que adjunto. Allí también, cómo no, la semblanza de su casa. La foto, conque acompaño el texto mencionado, se las tomé en el interior de esa casa.
“Escribirle es una ironía, ella sabía que yo solo se pintar”
Meira nos reunía a sus amigos privilegiados en su terraza ágora donde escuchábamos fascinados las luces de su sapiencia. Por las tardes, y aún en las noches, llegábamos como pájaros a conversar con ella. Mi voz y mi guitarra le cantaron en espléndidas veladas que el maestro Pedro Biava animaba con ese cálido acento, festivo y contagioso, propio de los italianos. Allí están en el recuerdo los graciosos apuntes de Alfredo de la Espriella, las agudas percepciones de Mery Logan, el culto y fantástico Campo Elías Romero haciéndonos estallar a carcajadas, allí también el extraordinario intelectual Javier Arango Ferrer, la entrañable amiga y pintora Gloria Mejía, el asiduo interlocutor Ignacio Reyes Posada. Más recientemente Diego Marín hacía para ella recurrentes lecturas que disimulaban su impedimento visual. La lista sería interminable.
Los carnavales nutrieron de temas mi pintura durante mucho tiempo. En esa época salíamos desde su casa a desafiar el río de colores, inmersos en la embriagante atmósfera y la fantasía orgiástica de las danzas. Oíamos las graciosas ocurrencias y comentábamos el ingenio popular en los disfraces, el desorden, la mueca y la befa en la fiesta. Caminábamos desde su casa hasta la carrera 20 de Julio y, en ese largo camino, recibíamos el baño de harina y de tomaduras de pelo de irreconocibles amigos.
¿Cuántas veces, a la caída del sol, en su cabaña junto al mar, brindamos teniendo como fondo la romántica silueta del viejo muelle de Puerto Colombia resistiendo las embestidas del oleaje, con el fondo musical de nuestros cantos en el sencillo goce de la vida?
Así pasaron los años y mientras yo seguía el ascenso formidable de su poesía, ella continuaba interesándose en mi proceso. Alguna vez tuvimos un intercambio de valores que ahora adquiere mayor sentido: ilustré su libro de poemas Secreta Isla, y ella me dedicó el poema “Pintura” * que publicó en una de sus recientes antologías, y al volver a él no puedo menos que sentir punzadas en el corazón.
Con Alicia y William, sus hermanos, y con sus sobrinos Billy y Tully, Richie y Maria Claudia, y Sergio y Claudia, disfrutamos del jardín donde aún florecen las plantas que ella cultivó: las Astromelias, las flores de La Habana, el orgullo de la India, el Ilán, los jazmines y las rosas que la brisa perfuma.
Mi prioridad siguió siendo regresar a Barranquilla, tan solo que, para elevarme espiritualmente, me era necesario llegar hasta la casa de Meira. En mi ultima visita a esta ciudad, hace poco menos de 4 meses, llegué hasta su casa acompañado por dos de sus más entrañables amigos de ahora, el escritor Álvaro Suescún y la periodista Martha Guarín, con ella y con ellos recorrimos su amplia pinacoteca en la que estaban colgadas mis obras de iniciación y algunas de las mejores que ella había sabido escoger con mucho tino para guardarlas entre sus mejores tesoros, junto a obras de Alejandro Obregón, Guillermo Ardila, Roberto Angulo, María Cristina Bethancourt y ese hermoso retrato que de ella hiciera Jorge Serrano.
Cuando me dieron la noticia de la muerte de Meira Delmar me resistí a confrontar esta triste realidad de la vida ¿Cómo aceptarla si apenas pocos días antes, en una fiesta en la que coincidí con Gloria Mejía, la habíamos llamado para cantarle Compae Chipuco, su vallenato preferido? La contundencia paralizó mi cuerpo de tal manera que me impidió asistir a su funeral.
Con ella, como pocos, nos conocimos a profundidad, en todos mis tiempos, desde el momento exacto de nuestro primer encuentro en la Escuela de Bellas Artes, cuando era un muchacho con serias aspiraciones de pintor. Luego, cuando empecé a tomar en serio la vida y la pintura, me casé con Clarita, nacieron los niños, ella se hizo mi comadre. Meira me vio hacerme pintor, creyó siempre en mí. Fue mi gran amiga.
Cuando busqué su dulzura me encontré, siempre, su hermosa sonrisa. De ella, de su vasto conocimiento sobre diversos temas de la cultura y de la vida, siempre aprendí, era una analítica de sabio juicio.
Meira Delmar, amiga, estarás contenida en el ideario de mi vida como el mejor ejemplo del ser humano. Mientras en el mar germina la semilla marinera de tu poesía que hoy llega a todas las orillas, yo continuo desolado.